Bohemia Matemática

Ayer sólo me dio tiempo de practicar una vez, una vuelta de mi programa y luego tuve que ir a hacer unas pruebas de sonido y video, que se me había citado a la una.

Mi papá me encargó que le imprimiera unos archivos para cuando yo regresara, ya en la noche. Para que él pudiera ponerse a trabajar en el avión de camino a Japón.

Ya en el auditorio de la Facultad de Ciencias, Natalia observó que me equivoqué de qué cable llevar, y en efecto, este era uno que iba de PLUG macho a PLUG macho.

“¡Uy, quien sabe dónde puedes encontrar un cable como el que se necesita, de PLUG a CANNON macho, y según yo no hay ningún tipo de adaptador,” mencionó uno de los técnicos del auditorio. Pero otro joven dijo: “¡Sí hay adaptadores. Sólo que son difíciles de conseguir. Ve a un Steren!”

Así que manejé hacia la comercial mexicana que está por mi casa y había un tráfico a vuelta de rueda, por lo que a las 2:40 pm llegué. Y en el Steren me hicieron saber que no había de esos adaptadores, pero me recomendaban ir a la sucursal de Picacho o la de Revolución (que está a la altura del Mercado de las Flores). Pagué diez pesos de estacionamiento y a continuación me metí a otro estacionamiento, el del Office Max, para hacer las impresiones de mi papá.

Por ahí de las tres, fui hacia el Ajusco, y en esa carretera también había mucho tránsito; que tal vez me convino, porque pude inspeccionar todas las tiendas, de mi lado y del lado contrario, y justamente ahí estaba el Steren.

No había cables de PLUG a CANNON macho. Ni adaptadores para mi cable. No hacían ahí cables, pero sí vendían el material. Lo que hubo, fue un adaptador de CANNON hembra a PLUG, pero tuve que comprar el cable. Y no me lo pensé dos veces, a pesar de que en mi casa, ya tenía dos de ese tipo, pero regresar implicaba más tiempo. Más tiempo vs menos dinero.

Finalmente, regresé a Ciencias como a las 4:30.

Afuera del auditorio practiqué una vuelta de mi código, y por primera vez conté, que duraba nueve minutos. Los aplausos contiguos me pusieron nerviosa y consideré que debía echar una ojeada a las otras presentaciones. Saludé a Rocío Azul y a su novio. Platicamos sobre su presentación y le mencioné mi nerviosismo.

Me tocó apreciar piezas de piano, poesías y un monólogo. Asimismo, me di cuenta de que había gente que yo conocía, como Efraín, Ananda, Alma, incluso creí ver a Jaime Lobato.

También, entre los programados para hacer show estaban Claudia y Andrés (los amigos de Alfredo, con quienes alguna vez platiqué tomando chelas artesanales al lado del CNA y quienes, desde esa ocasión, establecieron que eran mitad artistas). Claudia haría danza árabe, y Andrés, “El Capitán”, recitaría unos lipogramas utilizando la vocal “e.”

Cerca ya de mi sesión, me costó trabajo decidir si quedarme a ver las presentaciones, o ponerle atención a la computadora, revisando al menos dos veces que todo estuviera listo. Y opté por lo segundo.

Luego me dio pánico escénico, pero este estuvo muy lejos de ser la destrucción total. Se manifestó más bien en el detalle de que, cuando estoy nerviosa, suelo evadir al público. Y suelo ocultar todo tipo de carisma; algo que yo debiera atender.

Mientras que Natalia y el técnico del auditorio conectaban mi computadora al proyector de pantalla, yo dije unas palabras.

Algo así:

“Lo que presentaré es música electrónica usando la computadora. Presentaré un live coding, que es improvisar música usando un lenguaje de programación. Como no tengo mucho tiempo, preparé ya cierto código, para que no sea muy monótono. Yo he estado checando que no haya problemas técnicos, y todo parece bien. Espero que todo vaya bien.”

Mencioné dos veces que el live coding es utilizar la computadora utilizando un lenguaje de programación y creo que no era necesario. Lo mismo, mencioné dos veces que ya tenía preparado un código. Si me topé con la cara de alguien, fue con la del chavo del monólogo cómico, que era sonriente, “y yo no”. Pero en su generalidad, hablé con la mirada hacia el suelo o viendo a la pared.

Luego, como mi computadora ya se reflejaba en la pantalla del auditorio, fue momento de comenzar la música.

Empecé a hacerlo así, y no reparé siquiera en echarle un ojo a la proyección, ya con un código rodando; para corroborar si, en efecto, este estaba mostrándose ante todos.

Asumí que el código se veía, y no. Únicamente se mostró el fondo de pantalla de mi compu, que es color morado. Pero mientras yo hacía códigos, sentí la especial sensibilidad de que lo que escribí, los demás lo podían juzgar. Y ni conté cuánto tiempo duró lo que presenté, pero tuve una sensación (tal vez ilusoria) de que fue la vez en que la pieza practicada fue más corta de lo normal.

Soy muy crítica conmigo misma, al punto de que, en medio de la presentación, me culpé a mí misma acerca del general bajo volumen, pero no tuve el tiempo (por haber estado nerviosa) o la ocurrencia de preguntar en voz alta, si era yo, o había que subirle más al volumen, pues desde mi interfaz de audio habría podido fácilmente incrementarlo.

Por mi cuenta concluí que pudo haberse escuchado más cualitativo, aunque muy trabajoso en cuanto a transporte, si yo hubiera aportado mis propias bocinas. Y si con tiempo, hubiese hecho las pruebas de audio y sonido que concernían a mi presentación. Pero faltó el cable.

Después de mí hubo un dueto teatral, gracioso. Uno de los personajes era “el cero.”

Varios rieron.

Me enfaticé mi falta de simpatía, y a eso le siguió la danza árabe, de la cual me gustó la selección de música de la chica, que con gran volumen se escuchaba. Además poseía toques electrónicos.

Y ella realmente bailaba con gracia. Sonando los adornos de la falta y oleando, en una de las piezas, una especie de rebozo rojo gigantesco. Muy padre… Parecía una diablilla. Ella misma pidió repetir el baile para amigos que llegaron después, y se lo permitieron.

Más poesías, y a continuación, existieron varias personas que, a petición de Natalia, echaron un palomazo para esperar a un grupo musical atorado el tráfico.

Hubo, durante el tiempo de sobra, guitarras clásicas, un compositor cantautor, y una pianista que convocó a la audiencia a cantar con ella a coro, una canción muy popular que “seguro nos la sabíamos”.
Hubo quienes sí la conocían, la acompañaron cantando y se escuchó bonito.

Llegó el dueto, que eran unas muchachas que interpretaban canciones de videojuegos.

Las intervenciones artísticas cerraron con un monólogo de un chavo matemático que justamente habló del pánico escénico, al igual que expresó ser un nerd que se dedicaba investigar en categorías y topología, y consideré que fue una buena manera de terminar las sesiones porque en su diálogo, él habló muy inclusivo con la audiencia. En parte también, resulta que los monólogos matemáticos están de moda.

Todo concluyó con los agradecimientos hacia los y las organizadoras, hacia los participantes y hacia la audiencia.

Aquí puedes escuchar la pieza que yo presenté:

 

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